jueves

CARTA A MATUSA CON PAISAJE DE VAN GOGH

Por Enrique Sánchez Hernani

De pronto descubres que estar en la mitad de la vida
con tus 19 años no es igual a cruzar un campo de fresas
o entrar de compras a un supermercado donde genialmente
se desarrolla la ley del valor de Marx
ineludible
para la masa de hombres y mujeres que conforman ese público
ebrio de música, melómanos como tú, Matusa,
en la maraña de bancas de la Concha Acústica donde suena muy triste
el primer movimiento de la sexta sinfonía de Peter Tchaikowsky.
Ese adagio final se te parece o al menos
a alguna parte de tu breve historia, como el momento aquel
cuando estabas del brazo de Mark Farner (del grupo Grand Funk
Railroad), algo despeinada por tus graciosos movimientos,
con una sonrisa ancha como la autopista a Pucusana
y veloz como ese rock’n roll que tiembla en tu piel y tus labios,
los ojos húmedos, un placer tan fuerte como tomar alcanfor
con hielo hasta quedar borrachos para luego no poder
llegar a tu casa, quedarse dormida sobre aquellas flores
incandescentes, sobre aquel paisaje que resultó ser
una pintura de Van Gogh. Pobre Vincent, de vida tan triste,
tan sola, sin más compañía que sus pinceles duros como nueves
y su fagot color violeta para tocar la sexta sinfonía
un rock
en tus oídos, Matusa. Es el anuncio
de que la mañana ha llegado y debes comprender que vivir
no sólo es aspirar el olor de las farmacias y los nísperos.
Es también poder hablar
después de haber perdido la inocencia.

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